Dentro de la inmensa cantidad de grupos que existen en Facebook, pertenezco a uno que corresponde al de los antiguos alumnos del instituto donde estudié allá por mis años mozos.
Como este estaba enclavado en cierto punto geográfico de cierto barrio de Madrid y hace ya demasiado tiempo que no resido por allí, me dio una gran alegría contactarles.
A pesar de que mi mala memoria me juega malas pasadas con respecto a los compañeros de antaño, es inevitable que por la mente no circulen gran cantidad de recuerdos unos buenos y otros no tanto.
Pero cuál fue mi sorpresa cuando un día echándole un vistazo rapidito, me encontré con la firma que corona este post.
¡Inolvidable la firma dichosa!
Era ni más ni menos que la de “mi profe de dibujo”, la del Sr. Lavajos, para mayor información de todos ustedes.
A este caballero le debo todavía mi escoliosis en la quinta y séptima vértebra.
En su tremendo afán por qué usásemos la tinta china y las plumillas a la perfección, (cosa nada sencilla), pasé pero que muchas noches rompiendo láminas fallidas para repetirlas una y otra vez.
Algún día hablaremos única y exclusivamente de las malas posturas al escribir.
Las malas lenguas entre el alumnado, hicieron correr la voz de que este maestro daba con facilidad el aprobado a las niñas monas que le entregaban sus trabajos aún “más monas”.
Personalmente a mí me suspendió en cierto curso y me tuvo todo el verano acordándome de su firma.
Pero cuando llegó Septiembre no necesité ningún escote rimbombante para obtener el merecido aprobado.
En mi caso, la parte buena de este asunto, es que me sirvió para entender a todos aquellos escribas de la Historia.
Aprendí de sus dificultades para no cometer errores escriturales y además las enormes triquiñuelas mentales para hacerse adecuadamente con el útil y que los demás pudiésemos transcribirlos.
Pero no quiero darles más detalles de este personaje anónimo para ustedes.
Me pareció interesante que comprueben por si mismos lo que partiendo tan sólo del análisis de unos supuestos grafos, podemos meternos dentro del personaje aunque jamás nos lo hayamos cruzado por la calle.
Importante es saber el nombre y los apellidos para cotejarlos con la composición que su autor hace de sí mismo.
Como en este caso ni yo misma los conozco, exceptuando el dato que ya les he podido proporcionar, tendremos que barajar aquellos con las que ya contamos.
Un pequeño trabajo tipo “CSI”.
Es muy probable que en su DNI firmase de una manera bien distinta a la que aquí aparece.
Mas es bien sabido que cuando dentro de cualquier profesión hay que dar muchos vistos buenos a demasiados documentos, se adopta un “visé” sustitutivo con el que facilitar la labor.
El inicio comienza desde una línea vertical descendente que se desplaza hacia la zona izquierda con un gracioso bucle inicial que va repitiéndose uno detrás de otro de forma muy pareja.
Está claro que la geometría es importante para él dada la precisión espontanea que utiliza.
En esta área se siente dentro de su segunda piel y la muestra sin tapujos.
La presión no es exagerada, sino firme, con lo que considera que califica a sus inexpertos pupilos con equidad y justicia.
(Los bucles se entrelazan unos con otros por sistema).
Y como no podía ser de otra manera, no se le escapaba ni una.
(Bucles en casi milimétrica disminución).
A modo de anécdota autobiográfica, contarles que se me echó encima un trabajo de dibujo artístico en el que me tocó realizar una pintura marina al óleo.
En un principio lo pinté con sus pinceles adecuados como marca la normativa, pero como para concluirlo me faltaba el tiempo necesario, terminé usando mis propios dedos.
Pues señores míos…se dio cuenta.
Una huella dactilar mía en el lienzo me delató.
Recuerdo que me miró de arriba abajo, sin mediar palabra y para mi sorpresa la seleccionó para colgarla en la pared como una obra digna de tener en cuenta.
Yo que pensaba que me iba a caer una bronca fabulosa, respiré tranquila.
Y es que no tenía precisamente una sociabilidad fuera de serie, como demuestra el final picudo hacia la derecha a modo de autodefensa.
Si tenía que poner a alguien en su sitio, ni lo dudaba.
Si a esto le añadimos la línea inferior que la sostiene, busca entre sus propios cimientos la manera de mantener las distancias con sus alumnos.
(Paralela y encarrilando toda la construcción).
Lo interesante habría sido tener a mano una fotografía suya de la época para contrastar la fisiognomía del rostro, pero como dice el refrán; “A falta de pan, buenas son tortas”.